Represión franquista en Corcos del Valle
No fue suficiente para estos golpistas la desaparición de todos sus oponentes políticos, unos, muertos; otros, encerrados durante años a en lejanas prisiones. No, no tenían bastante. Por eso se apropiaron de los bienes de sus familias, dejándolas en la miseria. Atacaron a sus madres, esposas e hijas, persiguieron a sus hijos, niños menores e inocentes, impidiendo su asistencia a la escuela y adoctrinándolos mediante la fuerza.
Corcos del Valle, aquel pueblo próspero, no volvió a levantar la cabeza. Muchas familias se fueron para no volver y sus 800 habitantes dieron paso a los 200 de hoy.
Corcos del Valle es un municipio situado a 20 km de Valladolid, en dirección a Palencia. Es un territorio pequeño, con algo más de 42 km2, en los que se cultiva sobre todo la viña y los frutales.
En los años 30, la localidad tenía unos 800 habitantes (hoy tiene algo más de 200), cuya economía se basaba en la agricultura y mantenía fuertes vínculos con Dueñas, un pueblo perteneciente a Palencia, fuerte y con una gran influencia política y sindical en toda la zona.
El sábado18 de julio de 1936 llegaron noticias a Corcos acerca de la sublevación militar que estaba comenzando a producirse en Marruecos. Las autoridades se movilizaron y trataron de informarse, para lo que enviaron gente a Dueñas, localidad con la que se mantenían contactos de confianza a través de las Casas del Pueblo, y llamaron al Gobierno Civil de Valladolid, donde les aconsejaron que todas las fuerzas leales a la República se concentraran en las Casas del Pueblo o los ayuntamientos de las localidades a la espera de más información.
Enseguida se corrió la voz, y los elementos derechistas salieron del pueblo con sus armas, reuniéndose en un pequeño teso de las afueras a la espera de acontecimientos.
Hacia las diez de la mañana del domingo 19 llegó a Corcos un grupo numeroso de vecinos de Dueñas, contando que el pueblo había sido asaltado por grupos de falangistas y guardias civiles armados. Se mantuvo una reunión en la Casa del Pueblo de Corcos y decidieron organizar la resistencia.
A primeras horas de la tarde, los elementos de derechas concentrados en las afueras, enterados de los avances de la sublevación, intentaron entrar en el pueblo dando tiros con sus escopetas de caza, lo que fue contestado por los vecinos leales. Tras este tiroteo cruzado, el pueblo de Corcos se mantuvo en vigilia toda la noche, sin que se produjesen más incidentes.
Al amanecer del lunes 21 llegaron al pueblo varios camiones llenos de gente armada y fuerzas militares. Los paisanos llevaban correajes y en el cuello medallones, y todos iban armados con escopetas y fusiles, según recuerdan los testigos de los hechos. Entraron en la localidad en medio de un intenso tiroteo. Las fuerzas no estaban equilibradas y los reunidos en la Casa del Pueblo decidieron salir. Fue en ese momento cuando fueron tiroteados, produciéndose varios heridos de bala. A continuación comenzaron las detenciones, que se realizaron en gran número durante todo el día y el siguiente, martes 21. Todos los detenidos fueron trasladados a Valladolid e ingresados en las Cocheras de Tranvías, en los aledaños de lo que hoy es la Estación de Autobuses.
Los heridos por arma de fuego fueron:
Ciriaco Manuel Maté, que falleció en el hospital de Valladolid
Teófila Arenas Redondo
Ana “Pameta”
Felisa Gila Redondo
Marcelino Iglesias Ruiz
Teodomira Ruiz Pinar
Los que pudieron salir del pueblo lo hicieron campo a través en dirección a Trigueros del Valle; hasta allí llegó un grupo compuesto por vecinos de Dueñas y de Corcos, que pudieron mantenerse varios días ocultos entre viñas y morenas, acercándose a los pueblos de las cercanías en busca de alimentos. Los demás fueron regresando y los sublevados les maltrataron, les dieron palizas, les purgaron y raparon a las mujeres.
Ciriaco Manuel Maté, de 22 años, resultó herido de bala en una pierna. Logró alcanzar un chozo de pastores en una finca llamada La Barranca y se refugió en él. El calor propio del mes de julio y la falta de cuidados hizo que la herida se infectase. El encargado de la finca donde se hallaba el chozo lo encontró inconsciente y el chico fue trasladado al Hospital de la Resurrección, en Valladolid, donde falleció seis días más tarde. Era hermano de uno de los concejales del pueblo, Gregorio Manuel, que estaba detenido y sería fusilado junto con otros miembros de la Corporación en la madrugada del 23 de diciembre.
Mientras, los demás detenidos continuaron en Las Cocheras de Valladolid, hasta que en noviembre de 1936 fueron sometidos a juicio en la Causa 92/36. En el juicio, celebrado en la Cárcel Nueva de Valladolid, fueron acusados de rebelión armada y se dictaron ocho penas de muerte, que se cumplieron el día 23 de diciembre, la víspera de nochebuena. Otros 32 vecinos recibieron condena de 30 años, es decir, cadena perpetua, mientras que 4 menores de edad fueron condenados a penas de 20 años de prisión.
En total, 44 vecinos de Corcos del Valle fueron condenados a penas extraordinariamente duras en un juicio sin garantías, en el que no pudieron defenderse, ni los acusadores pudieron aportar pruebas de los supuestos delitos.
Los condenados a muerte pasaron a la Cárcel Nueva, donde aguardaron la hora de su ejecución, que se cumplió al amanecer del día 23 de diciembre en el Campo de San Isidro, en Valladolid, y a continuación fueron enterrados en el cementerio del Carmen de la ciudad en una fosa común. Tres de ellos eran hermanos (los Torinos Pérez); y entre ellos había dos menores: Heraclio San José Polo, que acababa de cumplir 18 años, y Enedino Torinos Pérez, que en mayo había cumplido los 20.
También fueron fusilados el teniente de alcalde, Tomás Pinar Álvarez, y los concejales Gregorio Manuel Maté y Eustasio Vázquez Falcón.
Los demás condenados fueron enviados a las prisiones de Burgos, Pamplona y el Puerto de Santa María, principalmente. La lejanía de las prisiones hizo imposible la ayuda de las familias, lo que fue nefasto para los presos. Alguno fallecería en la cárcel, como ocurrió con Ángel Bravo Pérez, de 23 años, que murió en la enfermería de la cárcel de Burgos el día 24 de octubre de 1940 a los 26 años. En la cárcel de Figueirido moriría Senén Martínez Núñez, de 61 años, cuyo hijo Isidro estaba también condenado a 30 años. Senén no resistió las condiciones extremas de la cárcel y falleció a finales de 1939, tras sufrir casi tres años de prisión.
Eliminado cualquier tipo de oposición, el pueblo quedó en las manos de los sublevados, que sin perder tiempo comenzaron a requisar los bienes y las cosechas de los detenidos. Las familias de estos vieron cómo les arrebataban viñas y tierras, carros, aperos de labranza y mulas. Algunos de estos bienes fueron devueltos; otros no volvieron jamás a manos de sus dueños, incapaces de reclamarlos a causa del estado de terror en el que vivían.
Y es que las acciones violentas no cesaron tras las detenciones masivas que se habían producido.
Sintiéndose dueños del pueblo y de la vida y hacienda de sus vecinos, los franquistas citaban en el ayuntamiento a las mujeres de los detenidos, les rapaban el pelo y las humillaban cuanto podían. Las procesiones de mujeres con la cabeza afeitada, en la que les habían dejado un mechón sujeto por una cinta roja, no se han olvidado en el pueblo, ya que casi todas las familias de los detenidos sufrieron estas vejaciones en la persona de sus mujeres: las madres, las esposas y las hijas fueron obligadas a desfilar por las calles de Corcos entre insultos, empujones y escupitajos de sus propios vecinos. El espectáculo se repitió varias veces, hasta que el boticario de Cigales, de nombre Vicente, intervino ante la guardia civil para que lo frenara.
El pueblo se encontró sin la mayor parte de los trabajadores; las familias, sin padres; las cosechas robadas o arruinadas; muchos niños tuvieron que abandonar la escuela y dedicarse a buscar algo para comer, ayudando a sus madres. Los años siguientes fueron muy duros. Todos los informantes hablan del hambre, del frío y de las necesidades sufrieron, además del trauma ocasionado por las muertes y encarcelamientos de sus familiares.
Hacia 1940 comenzaron a formarse los expedientes de Responsabilidades Políticas, siguiendo una nueva ley de 1939, por la que se imponían enormes multas a los ya condenados. A esas alturas, las familias estaban arruinadas, lo que no detuvo a los golpistas, que se dedicaron a rastrear e incautar cualquier cosa que todavía conservaran. Así, a Licerio Vázquez, que estaba en la prisión de Burgos cumpliendo 30 años de reclusión, le embargaron un burro, único medio de vida de su mujer y sus cuatro hijas; su hijo mayor, Miguel, de 18 años, estaba preso con él, y sus hijas habían sufrido malos tratos (una de ellas, de 14 años, fue rapada varias veces y agredida por las calles).
No había sido suficiente para estos golpistas la desaparición de todos sus oponentes políticos, unos, muertos; otros, encerrados durante años a en lejanas prisiones. No, no tenían bastante. Por eso se apropiaron de los bienes de sus familias, dejándolas en la miseria. Atacaron a sus madres, esposas e hijas, rapándolas, humillándolas, condenándolas al hambre; y como colofón, persiguieron a sus hijos, niños menores e inocentes, sitiándolos por hambre; obligándoles a trabajar desde la infancia para poder comer algo; impidiendo su asistencia a la escuela y adoctrinándolos mediante la fuerza.
Corcos del Valle, aquel pueblo próspero, no volvió a levantar la cabeza. Muchas familias se fueron para no volver y sus 800 habitantes dieron paso a los 200 de hoy.