Asesinato de Esteban Palencia Gil, tesorero de la Casa del Pueblo de Tudela de Duero
Esteban, desde el momento en que fue objeto del robo de la Caja de la Casa del Pueblo, estaba condenado a muerte.
Esteban Palencia Gil es el padre de Leandro, muy conocido en Tudela de Duero por haber regentado un quiosco durante muchos años. Esteban nació en Aldeamayor de San Martín el 3 de agosto 1904, hijo de Faustino y Margarita. Vivía en Tudela y trabajaba como jornalero, manejando un par de mulas para un labrador llamado Irineo.
Tenía bastante instrucción y era capaz de llevar cuentas.
Como a tantos otros hijos del pueblo, le tocó hacer el servicio militar en Melilla, y después, de regreso a Tudela, se casó con Nemesia Sanz Gómez. La familia de su esposa vivía y trabajaba en Los Lagares.
En julio de 1936, Esteban y Nemesia tenían dos hijos: Julia, de tres años, y Leandro, de cuatro meses. Esteban ejercía de Tesorero en la Casa del Pueblo, llevando las cuentas de los afiliados y la cooperativa y custodiando la Caja, cuyas llaves portaba siempre con él.
A diario, cuando regresaba del trabajo, solía recoger un bocadillo que su mujer le preparaba y marchaba a la Casa del Pueblo, a leer el periódico a los afiliados que no sabían leer y que le esperaban. Después se montaban tertulias en las que se comentaban las noticias.
El domingo 19 de julio de 1936, la familia fue a visitar a los padres de Nemesia. Iban en un burro de su propiedad. Al regreso, en el puente sobre el canal, se encontraron con una patrulla de guardias a los que no conocían. Iban buscando a Esteban. En cuanto lo identificaron le dieron una gran paliza, tirándolo al suelo y pateándolo con saña. Nemesia, su mujer, lo relató a sus hijos cuando se hicieron mayores: “Llevaban (los guardias) unas botas enormes… lo tiraron al suelo y lo pisaron con todas sus fuerzas. Sangraba por la boca, por la nariz, por los oídos… Yo gritaba y lloraba; me apartaron de un empujón diciéndome: “calle, señora, que no es para tanto…”
Los guardias querían saber dónde estaba el dinero de la Casa del Pueblo. Esteban se lo dijo: la Caja estaba en su casa. Los guardias llevaron a Esteban y a los niños a la casa del guarda del canal; cogieron las llaves y obligaron a Nemesia a subir a la camioneta y fueron hasta Tudela. Ella les condujo a su casa y les entregó la caja de la Casa del Pueblo.
Después la llevaron de regreso a la casa del guarda y se fueron a Valladolid llevándose con ellos a Esteban, ingresándolo en la prisión de Las Cocheras.
Según testimonio de otros vecinos de Tudela que coincidieron con él, Esteban estaba destrozado. Uno de los detenidos contó que “estaba irreconocible; como un monstruo. Tenía la cabeza completamente hinchada. Era horroroso verlo”.
Nemesia, en cuanto pudo, se trasladó a Valladolid y fue hasta las Cocheras. Allí le dijeron que Esteban ya no estaba allí. Uno de los guardias le indicó que fuera al Depósito del Hospital. Fue allí y efectivamente, se encontró el cadáver. Le habían robado todos sus efectos personales. Como Nemesia no tenía dinero para comprar un féretro, Esteban fue enterrado en la fosa común del cementerio del Carmen de Valladolid. La familia acudió a poner flores en esa fosa anónima durante muchos años.
Esteban, desde el momento en que fue objeto del robo de la Caja de la Casa del Pueblo, estaba condenado a muerte. Como se ha visto en otros casos parecidos, los asesinos, que no tenían claro el fin de aquella aventura, no podían permitir que quedara vivo un testigo del robo que acababan de cometer, y en este caso con más razón, al ser el robo sobre caudales públicos, que es lo que era la Caja de la Casa del Pueblo.
La familia quedó destrozada. Nemesia estaba criando a su hijo Leandro, que se puso muy enfermo. Casi se murió, hasta que el médico don Felipe señaló la causa: era la leche materna. Nemesia no dejaba de llorar, y eso era lo que estaba matando al niño. Una de las tías, que tenía una niña pequeña, lo amamantó y así le salvó la vida. Julia, la otra hija, de tres años, fue a vivir con otros tíos, pues Nemesia no podía sacar adelante a los dos niños.
Esta mujer, como las demás mujeres de las víctimas tudelanas, vivió una vida de semi esclavitud: tuvo que trabajar en todo lo que le salía: remolacha, arrancar, limpiezas… Se colocó en la casa de los Sacristanes, donde la trataron bien, y así ha transcurrido su vida.
Su marido no consta en los registros civiles, por lo que ella jamás pudo considerarse legalmente viuda, ni sus hijos fueron huérfanos.
Esteban Palencia es un desaparecido más sobre el que la Justicia no se pronuncia.
Una injusticia más sobre la que la sociedad debe pronunciarse.