Detención y asesinato de Ricardo Veganzones
Como él, muchos otros desaparecieron. Se sabía que los mataban y que los enterraban en las cunetas y en los pinares porque lo comentaban los mismos asesinos, pero era imposible intentar saber nada, ni hacer gestiones para recoger o encontrar el cuerpo.
Ricardo Veganzones Valdivieso nació el 3 de abril de 1890, hijo de Laureano y Engracia, y fue asesinado en agosto de 1936 a los 46 años. Dejaba una viuda, Cesárea Arranz, y siete hijos, todos menores de edad: Jesús, Fidela, Andrea, Pedro, Nicomedes, Petra y Goya.
La familia vivía en la calle San Lorenzo 1 de Tudela. En 1934, Ricardo fue detenido por participar en la huelga de octubre de 1934 y por formar parte de la Junta Directiva de la Casa del Pueblo, que fue ilegalizada y cerrada. Por este motivo fue juzgado y estuvo unos seis meses en prisión. Cuando salió de la cárcel se encontró con que no le daban trabajo. Había trabajado en las yeseras, que abandonó cuando comenzaron a sacar el yeso con cargas explosivas. Entonces comenzó a trabajar en el campo. Cogía todo lo que había, y en verano iba a segar a Segovia con una cuadrilla de Tudela que estaba como él; señalados y obligados al paro.
Por este motivo, la familia sólo contaba con el sueldo fijo de Jesús, que era el mayor de los siete hermanos. Estaba trabajando para Sacristán y hacía de todo: regar, sacar remolacha… trabajaba como un hombre y cobraba como un niño: 3,60 pesetas que le daban como aprendiz.
El 18 de julio de 1936 era sábado, y las calles de Tudela estaban llenas de vecinos que hacían sus compras y gestiones semanales, acudían a la barbería o iban a tomarse un vino. Por la mañana, el alcalde había ordenado a los cazadores y a toda la gente que tenía armas que las entregasen en el ayuntamiento; por la tarde se corrió la voz de que había un levantamiento militar contra la República, pero nadie tenía informaciones concretas, fuera de lo que escucharon por la radio.
A las ocho de la mañana del domingo 19 se presentaron en la plaza unos camiones llenos de guardias y de paisanos armados que venían de Valladolid. Convocaron a las autoridades del ayuntamiento, que se presentaron inmediatamente para ver qué ocurría. El alcalde, Pablo Arranz, llevaba en la mano el bastón de mando que le identificaba como la primera autoridad municipal. Allí mismo fueron detenidos sin más explicaciones y los trasladaron a Valladolid. Ya no regresaron.
A continuación comenzaron las detenciones; las llevaban a cabo los guardias civiles del pueblo y los falangistas, que aparecían por todos los lados, del pueblo y de Valladolid. Armados con pistolas y en grupos, mataban y detenían a quien les daba la gana. La gente estaba como atontada, sin poder reaccionar. El pueblo estaba tomado y no se podía ni salir de casa. Cuando coincidían dos o tres en la calle, eran disueltos a culatazos.
Los vecinos eran detenidos, o bien el alguacil los citaba al ayuntamiento “para declarar”, y les daban unas palizas espantosas sin motivo alguno. No hacían distinciones: mujeres embarazadas, ancianas, chiquillas y menores de edad, ancianos, padres de familia…. Ninguno de los torturados o desaparecidos fue acusado de nada. Eran vecinos inocentes, cuyo delito era ser socialistas, o republicanos, o incluso familiares de algún vecino destacado.
Una mañana el alguacil llamó a la puerta de la familia Veganzones para decirle a Ricardo que se presentara en el ayuntamiento. Era 13 de agosto, precisamente el día de la fiesta de Tudela. El fue para allá y lo encarcelaron en los calabozos.
El día 16, una de sus hijas fue al ayuntamiento para llevarle el almuerzo y ya no estaba. Parece que lo asesinaron en el término de Renedo de Esgueva junto con un vecino de Renedo que trabajaba para un propietario de Tudela.
Como él, muchos otros desaparecieron. Se sabía que los mataban y que los enterraban en las cunetas y en los pinares porque lo comentaban los mismos asesinos, pero era imposible intentar saber nada, ni hacer gestiones para recoger o encontrar el cuerpo. Y mucho menos a la edad de Jesús, que podía ser el siguiente. La madre, Cesárea, se encargó de que sus hijos se mantuviesen en silencio para evitar males mayores.
Tras la desaparición de Ricardo la familia quedó anonadada. Tardaron en reaccionar. Se fueron apañando poco a poco: la madre se puso a trabajar en todo lo que le salía en el campo; nunca quiso lavar ni fregar para otros. Las niñas fueron a la escuela hasta los 14 años, todo lo que se pudo; los falangistas no los molestaron, aunque se produjeron registros en el domicilio y a las niñas les quemaron unos vestidos rojos que iban a estrenar ese año. Durante algún tiempo los más pequeños acudieron a comer al Auxilio Social, que montaron en la casa de Velón, frente al colegio de las monjas; acudían muchos chicos del pueblo, todos a los que habían dejado huérfanos y los que tenían a sus padres encarcelados.
Estas familias represaliadas pasaron muchísima hambre, frío, todo tipo de necesidades; algunas de ellas tuvieron que mendigar para subsistir, y a viudas y huérfanos les tocó trabajar en condiciones inhumanas para algunos de los que habían tenido parte en el asesinato de sus padres.
El asesinato de Ricardo Veganzones, como los demás crímenes cometidos contra la población de Tudela, nunca fue aclarado, y mucho menos juzgado o condenado. Forma parte de la historia infame de nuestro pueblo, y allí quedará por mucho que algunos pretendan que se olvide y se sepulte entre falsedades e inexactitudes.
A estas alturas, todos sabemos que el olvido y el perdón llegarán únicamente cuando haya verdad y justicia. Únicamente cuando haya reparación para las víctimas.