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Como todos los años, el día 14 de abril es una fecha para recordar la proclamación de la II República en nuestro país, una forma de gobierno elegida por los ciudadanos en las urnas, que acabó destruida a manos de un golpe militar que aniquiló las ilusiones de cambio, poniendo al país en manos de una dictadura que duraría décadas.

La República fue en su día algo de la mayor importancia; por ella trabajaron muchas personas, uniendo fuerzas, superando distancias, empujando todos en la misma dirección y con el objetivo de acabar con una monarquía desprestigiada por su connivencia con las corruptelas de la época y por su lejanía del pueblo, que como siempre, luchaba día a día por mantener su existencia dentro de una mínima dignidad.

La significación de la República fue tan importante, que todos sus enemigos tuvieron que aliarse para derribarla. El pueblo español la defendió contra el golpe armado que los elementos facciosos tramaron contra ella y en esta defensa llegaron a dar todo lo que tenían, incluso la vida.

Desde entonces se han hecho muchos esfuerzos por enturbiar el recuerdo de la República y por pervertir su significado. La dictadura se aplicó desde el primer momento a desprestigiarla como institución; a calumniarla con mentiras, a responsabilizarla de la guerra criminal que los sublevados comenzaron con las armas en la mano, utilizando el exterminio de los oponentes políticos como herramienta para imponer su criterio y hacerse con el poder.

Uno de los logros de la dictadura fue precisamente la imposición de estas ideas falsas, y la unión en el imaginario colectivo de República y caos; de República y crimen; de República y guerra. No hay más que escuchar los discursos que cada año se pronuncian en los actos de homenaje: con mayor o menor insistencia, las intervenciones suelen hacer énfasis en la sangre derramada, achacándola, claro está, a la República; en el caos, el horror, la muerte y el exilio. Franco, que derribó criminalmente un régimen legal, expresión de la voluntad popular, logró el objetivo de unir el concepto de República al de represión, y lo hizo de tal forma, que a fecha de hoy se sigue cayendo en el error.

Va siendo hora de separar el recuerdo de la República de los actos criminales que los golpistas llevaron a cabo en su afán por derribarla. Porque la República tuvo como base y objetivo una serie de valores éticos, orientados a construir una sociedad mejor y una vida más digna para todos. Los valores que la República proclamaba son universales y eternos, y aparecen en la formulación de cualquier democracia de calidad: Libertad, Igualdad, Solidaridad, Laicidad…. valores éticos por los que hay que luchar a diario, cuadren o no en el momento, tengan más o menos popularidad, sean denostados o estén de moda.

Los valores éticos definen a una sociedad mucho más que su forma de estado o las declaraciones de sus mandatarios. A día de hoy nuestro país es una democracia formal, pero la corrupción agobiante, la eliminación de derechos fundamentales, la cultura del robo, la mentira o la manipulación, convierten esa democracia formal en un papel mojado que sirve de bien poco a los ciudadanos.

Hay que volver, por tanto, a la República de los valores. La República tiene que dejar de ser una palabra que se pronuncia una vez al año. La República no es una insignia; no son unos colores, ni una medalla con la que adornarse. No es tampoco lo que el dictador quiso que fuera: un mal recuerdo, una imagen siempre asociada al dolor, al crimen y a la destrucción.

Luchar por la República es trabajar por sus valores, promoverlos, implantarlos, defenderlos y mantenerlos. Y eso es un trabajo diario y algo más: es una actitud.

Trabajemos para que los ideales nobles de aquellos que nos precedieron tengan continuidad en la sociedad de hoy.

Por una vida digna, por un mundo mejor,

¡Viva la República!