Lunes, 23 de septiembre de 2024|

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El fascismo y Valladolid, un amor no correspondido

El día 4 marzo de 1934, la derecha más violenta y salvaje eligió la ciudad de Valladolid para hacer una demostración de fuerza. Se trataba de la unificación de dos grupúsculos ultraderechistas, cuyos líderes coincidían en la utilización de la violencia para subvertir el orden establecido.

SALUDO FASCISTA EN EL TEATRO CALDERÓN

La parafernalia fue espectacular: los falangistas de José Antonio Primo de Rivera y los jonsistas de Onésimo Redondo y Ledesma Ramos aparecieron uniformados con camisa azul y correajes aparatosos, y al entrar en el Teatro Calderón fueron recibidos por entusiastas seguidores que les hicieron un pasillo, brazo en alto, durante todo el recorrido hasta el escenario.

El discurso de los tres ultraderechistas era bien conocido en nuestra ciudad, donde los muchachos de Onésimo aprovechaban cualquier coyuntura para atacar personas y bienes de la izquierda, desestabilizando la convivencia de los vallisoletanos mediante provocaciones y agresiones continuas. Las JONS de Onésimo no estaban bien vistas, desde luego; y su acercamiento a la FE de Primo de Rivera alertó a los ciudadanos acerca de las intenciones que animaban al nuevo grupo.

Y a pesar de que era evidente que el acto fascista iba a acarrear problemas en la ciudad, se celebró el acto de unificación de ambas organizaciones contra viento y marea, entre las protestas de los vallisoletanos.

Se trataba de una unificación, pero sus componentes no estaban tan unidos como querían aparentar. Los tres cabecillas principales eran muy distintos entre sí y sus relaciones eran problemáticas, muy diferentes de lo que intentaban transmitir.

Onésimo era tachado de beato por Ramiro Ledesma, quien a su vez era ridiculizado sin misericordia por José Antonio, quien tal vez un poco celoso de la inteligencia y las aportaciones teóricas de Ledesma al fascismo español, se reía de él, de su tupé hitleriano y de su oratoria ininteligible provocada por el frenillo. A José Antonio no lo tragaban ni Onésimo ni Ledesma, que le consideraban un señorito afectado e insincero. Pero los tres coincidían en la estrategia a seguir para conseguir visibilidad en la sociedad de su tiempo: la violencia era su argumento y la vía que presentaban como única posible para hacerse un hueco en el panorama político. José Antonio exhortaba a la juventud a utilizar “la dialéctica de los puños y las pistolas”, mientras Ramiro Ledesma se reafirmaba en la utilidad de la violencia como arma política y Onésimo, que siempre proclamó que sus manos no estaban manchadas de sangre, tenía como tema central de su discurso la vía violenta y la acción en las calles contra sus oponentes ideológicos, a los que denominaba “la gentuza”.

En los discursos de la unificación hubo retórica y hojarasca de palabras incomprensibles. Entre las frases huecas que hablaban de destinos en lo universal, de estrellas y luceros y soles que brillaban en lo alto, aparecían los motivos más caros de la derecha: la unidad de España, la fobia criminal contra el oponente, la inexistencia del respeto a las opiniones ajenas, los ataques contra el laicismo y el sistema educativo de la República… En fin, los temas recurrentes que todavía a fecha de hoy siguen formando parte del cuerpo ideológico de las derechas españolas.

El acto fascista tuvo contestación contundente en las calles vallisoletanas, y dos años después, en 1936, estas protestas fueron el pretexto para la eliminación de muchos vallisoletanos, hubieran participado en ellas o no.

Sin embargo, si la ciudad fue sometida por el golpe fascista, lo fue a sangre, fuego y tierra quemada. Los sublevados tuvieron que detener a miles de ciudadanos y eliminar a otros tantos para poder hablar de Valladolid como “Zona Nacional” y tratarla como a su particular feudo.

En los años de la Transición, los neonazis, las gentes de FN y FJ intentaron de nuevo capitalizar para sí la ciudad sin conseguir mucho más que montar algaradas, efectuar razzias, apalizar y amenazar a los militantes de izquierdas y acabar con un golpe de efecto que, desde luego, les salió muy barato: un ataque con armas de fuego al bar “El Largo Adiós”, un café céntrico donde se reunían estudiantes y gente variada para tomar sus cafés. El ataque, a la desesperada, tuvo una víctima, Jorge Simón Escribano, un joven abogado que salvó la vida por los pelos, aunque quedara malherido.

La derecha de hoy vuelve a reunirse en Valladolid. No querrán escuchar, posiblemente, las protestas de los vallisoletanos, indignados por los recortes de sus derechos y el destrozo que las leyes y decretos del gobierno del PP están ocasionando a la ciudadanía.

El PP, unido por sus objetivos y en medio de su desunión, se siente cómodo en esta ciudad objeto de sus deseos, donde todavía pueden darse el capricho de pasear por la calle José Antonio, curiosear la barriada Alférez Provisional o acercarse al barrio 4 de Marzo.

Y a pesar de todo, Valladolid no es Fachadolid.

 
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