Lunes, 11 de noviembre de 2024|

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Familia Medina: La represión franquista acabó con todos los hombres de la familia.

En total, dos paseados, dos fusilados, dos encarcelados y uno escondido durante años.Únicamente quedaron las mujeres, una de ellas condenada a 20 años de cárcel, y dos niños menores de diez años.

Victoria, condenada a 20 años, recuerda a sus hermanos fusilados

Testimonio de Ángela Medina Calvo, nieta, sobrina e hija de las víctimas

Después le leer y escribir lo leído, de cómo en Valladolid se hicieron con la ciudad los golpistas en el año 1936 y mataron a muchas personas que democráticamente habían ganado unas elecciones, puedo ver con mas tristeza y dolor lo que hicieron con mi familia y otras muchas mas.

El día 19 de julio de 1936, fueron detenidas en la Casa del Pueblo 448 personas como costa en la sentencia; muchas de ellas son condenadas a treinta años de cárcel, como Nicolás Pérez Calleja primo carnal de mi abuelo.

Otros muchos fueron condenados a muerte, como Mariano Pérez Medina y Donato Pérez Medina, sobrinos de mi abuelo.

Mi abuelo se llamaba Alfonso Medina Calleja y estaba casado con mi abuela Encarnación Blanco Domínguez. Tuvieron tres hijos, uno de los cuales murió cuando era muy pequeño, y otros dos niños: Andrés, mi tío y Longinos, mi padre.
La familia vivía en su pueblo de origen, Villardefrades.

El día 27 de Julio es detenido mi abuelo Alfonso junto con otros siete hombres del pueblo, siendo asesinado ese mismo día muy cerca de Urueña junto con dos hermanos jóvenes que habían sido detenidos en Villanueva de los Caballeros, una localidad vecina; pero uno de los hermanos no muere, queda malherido, y cuando el camión de los asesinos se va, consigue llegar a Villanueva, a casa de su madre, quien al verlo herido llama al médico, quien en lugar de curarle, le denuncia. Lo volvieron a detener y esta vez lo mataron de verdad. Antes logró contar a su madre lo sucedido, así como el lugar donde los asesinos abandonaron los cuerpos de su hermano y de Alfonso Medina.Una noche, la madre baja a Villardefrades, atravesando caminos entre los campos, para contarle a mi abuela cómo y dónde habían matado a su marido.

El día 14 de agosto, en el mismo pueblo de Villardefrades, es detenido Juan Calleja Vicente, alcalde republicano del pueblo y primo carnal de mi abuelo asesinado. Juan es sacado del pueblo al día siguiente de su detención por un grupo de falangistas. Según siempre he oído, fue llevado a la Santa Espina o Castromonte, donde fue rociado con gasolina y quemado.

Mientras, en la ciudad de Valladolid, los hermanos Mariano y Donato, sobrinos de Alfonso y condenados a muerte, estaban pasando su última noche en la Cárcel Nueva. Era 19 de septiembre, y ambos muchachos recibieron la visita final de su madre, Victoriana Medina, y de su hermana, Victoria Pérez Medina. Iban a ser fusilados al amanecer del día 20.

En el transcurso de esta visita se producen los comprensibles momentos de desesperación; Victoria, la hija, es interpelada por los guardianes, y el resultado es que la detienen a ella también. Poco tiempo después será juzgada y condenada a 20 años de prisión.

Por este procedimiento, entre el día 19 de Julio y el 20 de septiembre, mi familia pierde a todos sus hombres:

El abuelo Alfonso Medina, sus sobrinos Mariano y Donato Pérez Medina y su primo, el alcalde Juan Calleja Vicente, son asesinados; su sobrina Victoria Pérez Medina y su primo Nicolás Pérez Calleja, encarcelados; solo queda libre y vivo su sobrino Vicente Santiago Medina, del que puedo decir que escondido en un colchón pudo escapar a otro domicilio donde permaneció escondido hasta que pudo salir de Valladolid, para vivir escondido prácticamente toda su vida.

Así fue como esta familia perdió a todos sus miembros varones.

Mi abuelo Alfonso nació en Villardefrades, era una persona de estupendo carácter, siempre muy unido a sus hermanas; ya viudas las tres vivían hacia tiempo en Valladolid, donde mi abuelo las visitaba con mucha frecuencia.

Antes de casarse trabajaba con un “primo” con el que dicen que eran como “hermanos”. Este “primo” tenia el Casino en el pueblo y no es si algún negocio mas, donde mi Abuelo le ayudaba.

Cuando mi abuelo Alfonso y mi abuela Encarnación se casaron, mi abuelo habla con su “primo” sobre abrir un pequeño bar ya que en el pueblo había gente suficiente para los dos; su “primo” estuvo de acuerdo, aunque muchos dijeron después que firmó su sentencia de muerte el día que abrió el bar en una habitación de su casa, que más tarde amplió haciendo uno nuevo en parte del corral.

Mis abuelos tenían dos hijos (ya que uno había muerto). El mayor, mi tío Andrés, tenia 11 años cuando asesinaron a su padre y a sus primos, ahora, con más de 80, sigue recordando como su padre le traía a Valladolid a casa de sus tías y primos donde pasaba algunas temporadas. También recuerda ir con su padre a la Casa del Pueblo un 1º de Mayo; y cómo en febrero del año 36 acompañó a su padre al Ayuntamiento para servir los cafés el día de las elecciones. Ese día, su tío Juan volvió a ganar la alcaldía, por lo que sería asesinado.

“Recuerdo”, me dijo hace muy pocos días, “que yo llevaba las cafeteras y mi padre la cesta con las tazas”. También me contó que ese día especial, él llevaba una corbata blanca con un bordado dorado con una hoz y un martillo que le había pedido a su padre. “Y ese día tu tío llevaba también su corbata…”

Iban también a ver a su primo Donato que trabajaba en un obrador de repostería en la calle Teresa Gil, en Valladolid; mi padre, que tenía solamente seis años, recuerda: “mi padre venia con su primo Donato, que le llevaba agarrado por el hombro, y según les vi venir, recuerdo que se parecían tanto que bien podían ser padre e hijo.”

Mi padre recuerda al suyo con una camisa de rayas y un pantalón azul marino, cree que algunas veces con boina, pero no le recuerda con el blusón negro que dicen usaba en el bar, aunque lo llevaba puesto el día de su asesinato.

El otro recuerdo que me contó es el que nunca debería haber tenido: “Mi padre llegó de Valladolid y después de comer se echó la siesta. Yo estaba sentado en la escalera. Eran las tres de la tarde, cuando dos guardias civiles y dos falangistas entran en casa, diciendo que mi padre tiene armas escondidas en el pozo; uno baja a buscarlas, pero no las encuentra porque nunca las hubo, porque la única arma que mi padre tenia era la escopeta de caza como de todos era sabido; pero dio igual, porque se llevaron a mi padre y no volvió.”

Me contó cómo cuando se le llevaban, ellos salieron detrás y les decían los que se le llevaban “que entráramos en casa y nos quedáramos callados o iríamos también al camión”.

Su mujer, mi abuela Encarnación Blanco Domínguez, nunca nos habló del abuelo. No se cuáles eran sus recuerdos, pero siempre vi en ella una mujer mayor, vestida de negro, triste, y ahora me doy cuenta de que parte de ella murió el día que asesinaron a su marido.

Me han contado que el día que se llevaron al abuelo, la abuela fue detrás del grupo hasta la plaza. Allí pudo ver cómo su “primo” saca unas cuerdas para que aten a los detenidos cuando les suben al camión, no se vayan a escapar; la abuela cayó de rodillas con las manos en la cabeza y cuando la levantaron del suelo tenía el pelo en las manos.

Mi abuelo no volvió nunca. Lo asesinaron esa misma tarde en el monte. Ella quedó con sus hijos de 11 y 6 años, un gran dolor y un terrible recuerdo para el resto de su larga vida.

Sin hablarnos nunca de su pena, siempre supo cómo hacernos querer a ese abuelo que no conocimos y del que no se hablaba, aunque se conservara su memoria; y así, de una manera muy especial, nos enseñó a quererle, y llegó a hacerlo tan bien que de haberle conocido no podríamos quererle más.

Ni mi abuela, ni mi tío, ni mi padre nos hablaron jamás de esto, porque consideraban que eran “cosas muy feas y tristes para contar”, y por lo tanto, nunca nos trasmitieron odio ni rencor hacia nadie y esto que escribo lo hago desde mi tristeza y algunas veces también desde un gran dolor.

No hay nadie ni nada que devuelva a mi padre y a mi tío la vida de su padre, ni la del resto de su familia. Pero yo creo que es mi obligación que no queden olvidados sus nombres, ni los nombres de las personas asesinadas como ellos.

Es mi deber recordar a mi abuelo Alfonso, a Encarnación, Donato, Mariano, Victoria, Vicente, Juan.....Porque sé que si yo les recuerdo cada día, seguirán asesinados, pero no morirán.

Esta es la herencia que mi familia me dejó.

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