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Represión en los barrios de Valladolid

La Pilarica y Los Pajarillos eran, en los años 30, núcleos de población situados en el extrarradio de la ciudad. Estaban compuestos por casas molineras sencillas, construidas casi siempre por los propios moradores, ganándole espacio al campo, de modo que bastantes formas de la vida rural se conservaban todavía.

La calle Raza todavía permite apreciar la fisonomía original del barrio de La Pilarica

Los habitantes de estos barrios, cuya procedencia solía ser rural, simultaneaban trabajos en la ciudad (sobre todo en la albañilería) con tareas agrícolas, y redondeaban sus ingresos mediante la pesca de peces o cangrejos en verano y la recogida de basura en invierno. Mujeres y niños trabajaban igualmente, colaborando en el mantenimiento familiar.

Muchos de estos vecinos se afiliaron a la Casa del Pueblo tempranamente. En barrio de Pilarica abundaban los afiliados al Partido Comunista, Radio de Valladolid, como puede verse en las fichas policiales de los detenidos con motivo de la huelga de 1934.

Los Pajarillos estaban habitados por unas 100 personas. Algunos vecinos eran matuteros, dedicándose a pasar mercancías sin pagar impuestos, ya que el ayuntamiento cobraba tasas a las mercancías que entraban en la ciudad, las cuales debían declararse en los puntos de Consumo que se hallaban en las principales entradas de Valladolid. Las puertas de todas las casas del barrio se dejaban abiertas día y noche para esconder, en caso de apuro, las mercancías pasadas de matute. Las familias se conocían perfectamente entre sí y solían ayudarse en los malos momentos.

Las mujeres y los niños trabajaban principalmente como jornaleros en las huertas próximas, aunque este trabajo era estacional y consistía sobre todo en arrancar y espigar. En 1936 se pagaban 4 ó 5 pesetas por jornada, aunque lo que se tasaba era el rendimiento y no las horas. Por eso muchas mujeres se hacían acompañar de sus hijos, pequeños todavía, para que las ayudasen en la tarea, aumentando así su rendimiento.

Otro trabajo desarrollado por los vecinos de este barrio fue la recogida y clasificación de las basuras, que se hacía mediante carros de mulas. Después se volcaban los desperdicios en los patios de las casas molineras, y las mujeres y los niños se dedicaban a escoger y clasificar los desechos, que después se vendían a los traperos, chatarreros, etc. Así se sacaba un sobresueldo para poder subsistir.

Varios vecinos estaban empleados en el Matadero Municipal, que se encontraba en el solar en donde hoy está el Polideportivo Miriam Blasco. Es el caso de Alejandro Torre “Pica”, y de su asesino, Alejandro “Burreño”. Este último utilizó su habilidad con la puntilla sobre sus víctimas y alardeaba de ello.

Se trataba de un modo de vida todavía a caballo entre lo rural y lo urbano; la familia que podía, criaba un par de gallinas, y los más pudientes, un cerdo. También había varios pastores; uno de ellos se dedicaba a hacer quesos y a vender el suero a sus vecinos, con el que de esta manera podían desayunar.

La precariedad con la que se desarrollaban sus vidas originó unos sentimientos de solidaridad muy fuertes y una temprana toma de conciencia.

Muchos de estos vecinos se habían afiliado a la Casa del Pueblo, y lucharon por la jornada de 8 horas y por el preaviso en los despidos. Casi todos participaron en las huelgas que se convocaron para protestar por las subidas de los alimentos y otros productos básicos.

Se trataba de un barrio obrero con una conciencia de clase muy desarrollada. En 1934, con motivo de la Huelga General convocada, se cortó la vía del tren; la guardia de asalto apareció a caballo, y hubo bastantes detenciones.

El día 18 de julio de 1936, ante la inminencia del golpe militar, las autoridades llamaron a los ciudadanos a concentrarse en las Casas del Pueblo de cada localidad. En Valladolid los republicanos intentaron hacerlo así, pero hubo muchas personas, sobre todo vecinos de los barrios, que no pudieron llegar a la calle Núñez de Arce, número 14, donde estaba la Casa del Pueblo vallisoletana. Guardias de Asalto y civiles armados se desplegaban por la ciudad, intentando ocupar los puntos clave: la Telefónica, la emisora de Radio Valladolid o el Gobierno Civil; y en las calles intentaron cortar los túneles de acceso a los barrios, así como los Portillos de la Merced y del Prado. Se trataba de neutralizar a los vecinos de los barrios más combativos y concienciados de la ciudad, ganando tiempo hasta la incorporación plena de la guardia civil y del ejército a la sublevación.

Los vecinos de Las Delicias, Pajarillos, Pilarica o Santa Clara, viendo obstaculizado su acceso al centro de la ciudad, se dispusieron a resistir, organizando la resistencia con los escasos medios de que tenían.

Reunidos en las cantinas del barrio, los de Pilarica intentaron reunir todas las armas a su alcance, pidiendo por las casas del vecindario las escopetas y cualquier otro arma que pudiera haber. La más numerosa de las reuniones tuvo lugar en la cantina de Florentino Fraile, donde los vecinos establecieron un plan para la defensa del barrio. Tenían una ventaja de cara al enemigo: su conocimiento exacto de la zona, que delimitada por las vías del tren, se abría a los campos, donde se podrían ocultar en caso de hostigamiento.

Entrada ya la noche y escuchándose los tiroteos que tenían lugar en la ciudad, los vecinos se repartieron las escopetas de caza, un par o tres de armas cortas y varios palos, hachas de talar y útiles de labranza, y se dispusieron a impedir la entrada de los facciosos en su territorio.

A la cabeza de este movimiento defensivo se encontraban algunos vecinos que ya tenían experiencia en este tipo de asuntos: Florentino Fraile y los hermanos Montero, conocidos como “Los Portillanos”, quienes habían sido detenidos en 1934 a causa de la huelga de octubre y habían estado en prisión varios meses; Vicente Cuadrado, uno de los primeros comunistas del Radio de Valladolid, era conocido en la ciudad por su participación en las huelgas y manifestaciones obreras, y por su físico especial: le faltaba la pierna derecha y en su lugar llevaba una prótesis de madera. La gente lo conocía como “Patapalo”.

Recogidas las armas, los vecinos se reunieron de nuevo en el bar de Florentino, conocido como Bar Flores; allí se organizaron en patrullas y se dirigieron a las vías y a las entradas del barrio, donde se dispusieron a interceptar a los posibles atacantes.

Al salir del bar Flores, las patrullas fueron rompiendo todas las farolas de las calles, con el fin de dificultar la visibilidad de los golpistas. Esta es la escena que los testigos recuerdan con mayor precisión: los vecinos, armados con palos y piedras principalmente, rompiendo las farolas en mitad de la noche.

Pero aquella noche nada ocurrió. Los sublevados se aplicaban en la ciudad y salían en autobuses hacia algunos pueblos considerados clave, como Tiedra o Medina de Rioseco. Sabían que los vecinos de los barrios del extrarradio de Valladolid, aislados y sin armamento de consideración no suponían un problema real para ellos. Ya irían a detenerlos cuando lograsen asegurarse los puntos importantes de Valladolid, y sobre todo, cuando lograsen entrar en la Casa del Pueblo, donde estaban atrapadas más de 500 personas pertenecientes a la flor y nata de los partidos y sindicatos de izquierda vallisoletanos.

El día 20, lunes, una vez detenidos y encarcelados los reunidos en la Casa del Pueblo, los falangistas de Valladolid, en unión de policías, guardias civiles y algunos soldados, se dirigieron a estos barrios con la intención de someterlos. El despliegue fue extraordinario; colocaron coches y camionetas en las entradas y salidas de las calles y tomaron los barrios, recorriendo las casas una a una.

Muchos vecinos lograron escapar por las ventanas y patios traseros que daban a las vías del tren, refugiándose después en las afueras de la ciudad, por los sembrados y huertas. Pero otros muchos fueron detenidos y asesinados allí mismo, en su propia casa, ante su familia y vecinos, como ocurrió con Alfonso Muñoz, de la familia “Los Cucarachos”; o sacados entre golpes y asesinados en alguno de los descampados cercanos a la ciudad, como los Montero; o en la propia calle, ante los vecinos.

Algunos se las arreglaron para resistir algunas semanas, para después ser detenidos y paseados o ejecutados, como ocurrió con los hermanos “Portillanos”, a los que sacaron de su casa entre golpes, llevándoselos en un camión junto con la esposa del más joven, Micaela Pasalodos, de apenas 23 años.

Así que, aunque los participantes intentaron escapar, los fueron deteniendo uno tras otro. La patrulla que operó en esta zona estaba compuesta por guardias civiles y falangistas en gran número. Solían aparecer con varios coches y cortaban las calles de la zona, desplegando sus efectivos por las aceras y obligando a los vecinos a salir a la calle, donde eran identificados, golpeados y detenidos. Algunos lograron escapar, pero su fuga trajo como consecuencia la detención, apaleamiento e incluso la muerte de sus familiares como represalia y aviso a los demás.

Tras las detenciones de los hombres, la represión continuó ejerciéndose sobre los demás vecinos del barrio, sobre todo contra las familias de quienes habían logrado huir.

El día 7 u 8 de septiembre, un grupo de civiles uniformados de falangistas asesinó en plena calle a una mujer embarazada de seis meses, embarazo que era notorio. Los asesinos fueron a su casa para detener a su marido, quien pudo escapar por las ventanas y huir por las vías. Ante esta huida, hicieron salir a la calle a su mujer y la mataron allí mismo, ante los vecinos. Se llamaba Gregoria Íscar Esteban, de 25 años, conocida como “Goya”. Su cadáver quedó tendido en el mismo lugar del asesinato y lo pudo ver mucha gente.

Este suceso, ocurrido en la calle Nueva del Carmen, ocasionó las protestas en voz alta de las vecinas de los barrios aledaños, entre las que se encontraban las mujeres de la Calle Alta, quienes ya habían sufrido cruelmente la represión ante sus propias familias.

Muchas de estas mujeres habían perdido ya a sus maridos, como la señora Lucía; otras tenían a los suyos escapados o detenidos. Estas vecinas habían visto ya muchos cadáveres de conocidos y amigos tirados en las calles; habían sido testigos de palizas, de detenciones, de sacas; y lo ocurrido con Gregoria Íscar debió de hacerlas perder los nervios.

Esa misma noche apareció un camión lleno de falangistas en la calle Alta. Comenzó a detener a las mujeres casa por casa, obligándolas a subir al camión. Todas ellas eran mujeres mayores:

-  Señora Victoria, la Churrera, casada con Vicente, cuyo hijo se había pasado a la zona roja. Otro de sus hijos, Emilio, estaba ya detenido.
-  Señora Lucía, esposa de Alejandro Torres “El Pica”, asesinado. Su cuerpo apareció en la carretera de Villabáñez junto con el de un amigo suyo.
-  Señora Lucía Calderón “La Calderona”, socialista, con varios hijos, y viuda de un matarife; vivía frente a la anterior, y esa noche estaban las dos juntas.
-  Señora Micaela, del Partido Comunista, que tenía dos hijos, también comunistas.
-  Señora Rosa, cuyo marido trabajaba en Miguel de Prado, igual que su hijo Ezequiel.
-  Señora Agapita, con varios hijos comunistas. Su marido también trabajaba en Miguel de Prado.
-  Señora Cruz Madrigal, y su hijo.
-  Fructuoso García “El Francés”, que había estado unos años en Francia y fue quien expandió el comunismo en esa zona de la ciudad. Fue condenado a 30 años de cárcel.

Había algunas señoras más, en total unas diez o doce. Estas mujeres protestaban abiertamente, y eran amenazadas de continuo por los falangistas del barrio. El falangista más peligroso era un tal Ovejo, que las conocía bien, pues antes de la sublevación había pertenecido a la Casa del Pueblo y vendía el periódico socialista en el barrio; por ese motivo conocía a la perfección las ideas que había en cada casa.

Una vez subidas todas al camión, éste se paró ante la casa de Fructuoso García, también conocido como “El Pequeño”, para detenerlo. Entonces él se hizo fuerte en la casa, gritando que estaba armado y que se llevaría a todos por delante. Se formó un gran jaleo y en ese momento aparecieron los “Moros”, quienes, pistola en mano, obligaron a los falangistas a llevar el camión al Gobierno Civil, salvando así a las mujeres del paseo. Estas mujeres acabaron todas en la cárcel Vieja.

Los “Moros” eran unos hermanos que pertenecían a una antigua familia de requetés. Vivían en la zona, y su padre había sido guerrillero durante las guerras carlistas. “El Pretendiente”, en una de sus visitas a Valladolid, se había alojado en casa de esta familia. Los requetés vallisoletanos se mostraron contrarios en muchas ocasiones a la violencia indiscriminada que practicaban los falangistas. En esta ocasión, como en alguna otra, se opusieron pistola en mano a los asesinatos, enfrentándose con los falangistas, de los que se consideraban enemigos.

El saldo de vecinos represaliados fue enorme. El barrio cambió hasta quedar irreconocible. He aquí alguna de las víctimas:

-  El tío Fermín, encargado del crematorio municipal, situado en el Páramo de San Isidro, asesinado.
-  El señor Basilio Arranz, dueño del bar “La Pepa”, casado y con dos hijos pequeños; fue juzgado y condenado a 30 años de cárcel. Murió preso en el Fuerte de San Cristóbal (Pamplona).
-  Vicente Cuadrado Bravo, zapatero, comunista, con una pierna de palo. Pudo esconderse en unos cañaverales cercanos al Esgueva. Los falangistas siguieron a su mujer cuando le llevaba la comida. Ambos fueron torturados y asesinados a tiros.
-  Julia, esposa del anterior. Los cadáveres aparecieron cerca de San Isidro.
-  Alfonso Muñoz “Cucaracho”, asesinado a la puerta de su casa, ante su familia.
-  Su hermano Fermín, de la Casa del Pueblo, que estuvo varios días escondido; salió y fue reconocido por un guardia. Fue fusilado.
-  Julio Antolín, casado con una hermana de los anteriores; detenido en Cocheras.
-  Florentino Fraile Sánchez, propietario de la cantina “Flores” en la calle Puente la Reina, casado. Fue fusilado junto con Fermín Muñoz “Cucaracho”
-  De la calle La O sacaron a Julián Baza Hernando, de la CNT, menor de edad; lo hizo una patrulla que llegó con varios coches, cortando las calles. Julián apareció muerto pocos días más tarde en una cuneta de Santovenia.
-  Ángel Baza, hermano mayor del anterior, fue detenido y condenado a 30 años de cárcel.
-  Ángel Cantalapiedra, amigo de los Baza. Acompañó al padre de Julián Baza a identificar el cadáver del chico; poco después le mataron a él.
-  Ángel Maestro, instructor de Pioneros de la zona; unos falangistas lo tirotearon en plena calle, aunque logró salvar su vida.
-  Adolfo Rojo de la Cuesta, encargado de obras; estaba acabando la carrera de arquitectura. Vivía en la calle Renedo. Estaba casado y tenía cuatro hijas. Detenido en Cocheras, fue asesinado. Su hermano Tomás también fue detenido.
-  Villacorta, maestro de obras, compañero del anterior, fue detenido y estuvo muchos años encarcelado.
-  Los hermanos Montero Sanz, Alejandro y Teodoro, conocidos como “Portillanos”, albañiles, comunistas que ya habían sido detenidos en 1934. Fueron sacados de su casa junto a la mujer de Teodoro, Micaela Pasalodos y asesinados. Aparecieron en el Prado de la Magdalena con signos de haber sido torturados, y ella forzada. Teodoro y Micaela se habían casado civilmente en la mañana del sábado 18 de julio de 1936.
-  Emiliano González, albañil, casado; logró esconderse en su propia casa y cada vez que había redada se marchaba por las vías y se refugiaba en Fuente Amarga. Por fin fue detenido, juzgado y condenado a 30 años.
-  Cristina, de unos 70 años, vivía en la plaza Pilarica. Su hija Isabel Pardo y su yerno Máximo Mozo estaban detenidos. A ella la sacaron de su casa y la mataron.
-  Familia Conde Conde: fusilaron al padre, Heraclio, trabajador de la cervecera. También fusilaron a sus dos hijos, Isaac y Tomás, y condenaron a otro hijo, Eloy, a 30 años de cárcel.

La casa que por entonces fue de Vicente Cuadrado "Patapalo", en la actualidad
 
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